En una columna anterior señalamos que existen tres grandes escenarios que se perfilan para enfrentar la crisis del cambio climático. En esa ocasión analizamos el escenario oficial, el de la ONU, que busca estabilizar la temperatura en 1,5 grados sobre lo normal para el año 2050 y en 2 grados para el 2100 según lo pactado en el Acuerdo de París en 2015 y que fue firmado por más de 200 países entre los cuales se encuentra el nuestro. También afirmamos que las pocas posibilidades de éxito que se le atribuyen a este escenario -menos del 5 por ciento- habían impulsado la visualización de otros dos escenarios alternativos que hemos denominado “Sálvese quien pueda” y “escenario proscrito” al del colapso civilizatorio. En esta oportunidad analizaremos el escenario climático que hemos bautizado como “Sálvese quien pueda” y que refiere a cómo los ricos piensan sobrevivir y prepararse para abandonar el barco.

Paradójicamente este escenario climático comenzó a gestarse a partir de la primera crisis del petróleo, en los años ´70, en Estados Unidos. Con quince años de antelación, en 1956, un científico estadounidense, geofísico, republicano y partidario de la energía nuclear, Marion King Hubbert, predijo exactamente el peak del petróleo en Estados Unidos y advirtió que el peak global se daría en el año 2000, es decir, que para ese año se alcanzaría la tasa máxima de extracción y tras la cual la tasa de producción del petróleo entraría en un declive.

Ante este panorama, el Pentágono elaboró dos hipótesis para enfrentar la situación del agotamiento del petróleo basadas en un documento oficial del Departamento de Energía de Estados Unidos. Este documento fue conocido como el Informe Hirsch (2005) y confirmaba el agotamiento del petróleo y las serias consecuencias que ello traería para Estados Unidos y para el mundo.

La hipótesis eran, en primer lugar, asegurar para su uso estratégico las fuentes mundiales de petróleo provenientes básicamente de México, Venezuela y Medio Oriente aún a costa de librar guerras (esta era la hipótesis defendida principalmente por los demócratas) y en segundo lugar, replegarse y hacer de Estados Unidos un país autosuficiente de energía aunque en dicho proceso se tuviera que sacrificar las zonas protegidas y el medio ambiente. Esta última posición es la defendida por los republicanos y, en este punto, Donald Trump es sólo un mal mensajero y no es el único si tenemos en cuenta que George Bush retiro en el año 2001 a Estados Unidos del Protocolo de Kioto.

Por ese motivo, la negación del cambio climático por parte de la administración Trump es más bien de origen económico y no científico y se basa en explotar sin regulaciones todas las formas de energías fósiles que estén disponibles para ganar tiempo.

En el fondo, lo que estamos presenciando es el surgimiento de un escenario donde el cambio climático tiene su abordaje desde una perspectiva neoliberal que indica que la iniciativa privada es la que debe jugar el rol primordial para enfrentarlo por medio de las inversiones y de la innovación tecnológica.

Es así que cada evento catastrófico puede considerarse también una oportunidad de inversión para remodelar las zonas siniestradas y recolonizar territorios en función de la convicción de que el ser humano se ha convertido en parte del problema y la tecnología es parte de la solución.

Puerto Rico, después de ser azotado por el huracán María que dejó -según el MIT- alrededor de 4.600 víctimas en septiembre de 2017, se ha transformado en un laboratorio del escenario “Sálvese quien pueda”. Allí se libra en la actualidad una fuerte batalla entre los portorriqueños y los “puertopians”, los sectores ultra ricos apoyados por la administración Trump. La batalla es por la reconstrucción de la isla, disputa que ha sido muy bien analizada y descrita por la escritora y activista Naomi Klein en su reciente publicación “La batalla por el paraíso”.

Los “puertopians” son uno de los actores que impulsa este nuevo escenario y sus características pueden transformarse en una tendencia global en un futuro cercano. Son un grupo de multimillonarios (alrededor de mil), cuya mayoría ha hecho su fortuna con las criptomonedas, que han decidido radicarse masivamente en Puerto Rico para gozar de la reducción de impuestos aprobada por Trump que, a condición de residir como mínimo 183 días al año en ese estado, les permite reducir sus impuestos del 30 por ciento a pagar en Estados Unidos al 4 por ciento a pagar allí.

En estos días, estos inversionistas que confían en la “criptoutopía”, pasan su tiempo buscando propiedades donde ya no sólo puedan vivir en condominios protegidos sino que buscan lugares donde puedan construir sus propias ciudades, sus propias fortalezas. En febrero de este año, uno de ellos, el británico Stephen Morris, declaró que “Es sólo cuando todo ha sido arrasado que se puede argumentar a favor de reconstruir por completo”.

Entonces, ¿Qué es lo que los motiva a estos multimillonarios más allá de la reducción de impuestos? Según el conocido analista del futuro de la tecnología, el profesor Douglas Rushkoff, académico de la Universidad de Nueva York, para ellos el futuro de la tecnología consiste en su capacidad de huida del colapso o del “acontecimiento” como suelen denominar al colapso medioambiental. En palabras de Rushkoff, “Están convencidos de que ya no hay tiempo para ello. Por mucho poder y riqueza que acumulen, no se creen capaces de influir en el futuro. Sencillamente, se limitan a aceptar el más oscuro de los escenarios y a reunir la mayor cantidad de dinero y tecnología que les permita aislarse, sobre todo si se quedan sin sitio en el cohete rumbo a Marte”.

Pero no es sólo la comunidad de las criptomonedas la que está preparando su propio bote de salvavidas, lo están haciendo muchos ricos y tal vez el más famoso es Jeff Bezos, actualmente el hombre más rico del mundo gracias a sus dos empresas: Amazon y su compañía aeroespacial Blue Origin. Bezos no cree que hoy en día sea Amazon su proyecto principal, al contrario, en una entrevista afirmó “Cada año que pasa me convenzo de que Blue Origin, la empresa espacial, es el trabajo más importante que hago” y explicó que la razón por la que creó la compañía es la crisis energética. Bezos declaró “La verdadera crisis de energía va a suceder pronto”. Es por eso mismo que su plan es fundar una economía espacial: “Creo que sacaremos toda la industria pesada de la Tierra y que la Tierra quedará como zona residencial y para industria liviana”. En este contexto, nos preguntamos: ¿Habrá tiempo para llevar a cabo su utopía? Lo dudamos. Lo cierto es que, posible o no, él está desarrollando toda la tecnología que le permita escapar a otros ambientes pues a éste lo da por agotado.

En este escenario de “Sálvese quien pueda” es posible que parte de la élite sea capaz de proveerse de un bote de salvavidas que les permita sobrevivir a costa de no garantizarle a la diáspora humana una oportunidad de supervivencia. No será la primera vez que esto ocurra en el devenir de la humanidad y el fin de la civilización romana así lo demuestra.

A pesar de que este escenario tiene más probabilidades de imponerse que el escenario de la ONU expresado en el Acuerdo de París, aún estamos a tiempo de impedir que esto suceda creando un poderoso movimiento ciudadano que adopte un nuevo modo de vivir –la vía de la simplicidad– que nos permita salir progresivamente de la sociedad de consumo.

Como dice el profesor Rushkoff, “Por suerte aquellos de nosotros que no disponemos de los fondos suficientes como para renegar de nuestra propia humanidad, disponemos de un buen número de opciones mucho mejores. Ni siquiera tenemos que utilizar la tecnología de una forma tan antisocial y atomizada. Basta con que no nos convirtamos en los consumidores y perfiles individuales que quieren nuestros dispositivos y plataformas y podemos recordar que el ser humano verdaderamente evolucionado no opta por una salida individual. La condición humana no tiene que ver con la supervivencia o escapatoria individual. Es un deporte en equipo. Cualquiera que sea el futuro que aguarda a la humanidad, nos afectará a todos”.

Por: Manuel Baquedano M.  Sociólogo de la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica). Fundador del Instituto de Ecología Política